martes, 17 de enero de 2012

El Temple: Los Caballeros Convertidos en Monjes


No se conserva documentación contemporánea a la fundación, en torno a 1120, del primitivo grupo de los “pobres caballeros de Cristo”. Las fuentes documentales más próximas a la fundación son las crónicas de los obispos Guillermo de Tiro (mediados del siglo XII) y Jacobo de Vitry (primer tercio del siglo XIII) y la Crónica Ernoul, redactada en torno a 1230 por el monje de la abadía de Corbie, Bernardo el Tesorero.
Según la Crónica del arzobispo Guillermo de Tiro, un grupo de nueve caballeros encabezados por Hugo de Payns y Godofredo Saint-Omer, decidieron consagrarse al servicio de Cristo, ante la autoridad eclesiástica del Patriarca de Jerusalén, haciendo votos de vivir en perpetua castidad, obediencia y pobreza bajo la regla de los canónigos regulares. Cómo carecían de bienes para subsistir, el rey de Jerusalén les entrego el ala norte de su palacio, próxima al Templo del Señor. Los canónigos de la Cúpula de la Roca les donaron tierras próximas al Templo, a las que se agregaron donaciones del rey y de nobles del reino de Jerusalén. Los caballeros recibieron la misión del Patriarca de redimir sus pecados protegiendo los caminos de Jerusalén de ladrones y bandidos.
El segundo cronista, el obispo Jacobo de Vitry, basa su relato en la crónica anterior, pero añade nuevos datos. Los nueve caballeros pronunciaron los tres votos solemnes ante el patriarca de Jerusalén y vivieron nueve años de la caridad de los fieles, en gran pobreza. Pasado estos años, el rey de Jerusalén, el Patriarca y los nobles comenzaron a cederles bienes y a residir en palacio del rey, próximo al Templo del Señor, hecho por el cual eran llamados “templarios”. La defensa de los caminos fue un compromiso aceptado por los caballeros en el momento de su profesión ante el Patriarca, constituyéndose desde el principio en “Caballería del Rey Soberano”.
La Crónica de Ernoul, según la crítica actual, se basa en las dos anteriores y en relatos muy antiguos, incluso de personas contemporáneas a los hechos narrados. El esquema de la obra es distinto al presentado por las dos crónicas anteriores. Bernardo el Tesorero narra que unos caballeros procedentes de tierras muy diversas (no dice sus nombres) decidieron ir a Jerusalén y ponerse bajo la obediencia del Prior del Santo Sepulcro, pero transcurrido un tiempo, su vida no les satisfacía: pasaban el tiempo comiendo y bebiendo, sin una misión definida. Para remediar esta situación, con la autorización del Prior del Santo Sepulcro, eligieron un maestre y se presentaron ante el rey Balduino II. El rey recibió a los caballeros y después de escuchar su consejo, formado por el Patriarca, arzobispos, obispos y nobles, decidió apoyar a los caballeros otorgándoles tierras, castillos y villas. El rey obtuvo del Prior del Santo Sepulcro la absolución del compromiso de obediencia que le habían prestado los caballeros.
¿Qué modelo siguieron los fundadores del Temple al constituir la Orden? Durante el siglo XIX se planteó la posibilidad de la influencia de doctrinas islámicas en los orígenes del Temple. El primer autor que señala esta posibilidad fue el austriaco Joseph von Hammer, al encontrar semejanzas entre la secta shií de los “asesinos” y el temple. Por aquel tiempo el erudito español José Antonio Conde señalaría que el ribat musulmán inspiraría al Temple y al resto de órdenes militares. El ribat es un monasterio fortificado donde un grupo de fieles musulmanes se entregan a la jihad en su más amplio sentido, incluyendo acciones militares contra los infieles en un ambiente místico radical. A principios del siglo XX los filólogos Miguel Asín y Jaime Oliver reforzaron esta hipótesis que fue continuada a mediados del siglo XX por Américo Castro y Albretch Noth. Estos últimos sostienen que entre los cristianos y los musulmanes no se produjo una influencia institucional directa, más bien fueron pequeños contactos culturales que consciente o inconscientemente permitieron que ambas civilizaciones crearan instituciones diferentes en sus fundamentos ideológicos pero que respondían a las mismas necesidades contextuales. Autores de la talla como Joseph O’Callaghan o Derek W. Lomax, consideran que no es preciso recurrir a explicaciones fundadas en la interacción cultural, tan difíciles de negar como de demostrar, en la propia civilización cristiana existían todos los factores necesarios para dar origen a las órdenes militares.
Hugo de Payns, Godofredo Saint-Omer y el resto de sus compañeros se entregaron como donados o familiares al Prior de Santo Sepulcro o al Patriarca de Jerusalén (según la fuente consultada), lo cual justica que los canónicos de esas iglesias les otorgasen medios de subsistencia. Las iglesias estaban obligadas a costear la defensa del reino, aportando hombres y recursos materiales, así numerosas instituciones religiosas mantenían cofradías de caballeros, así en 1101, el Prior del Santo Sepulcro mantenía una cofradía de 30 caballeros. ¿Dónde está la innovación de la primitiva cofradía del Temple? Las necesidades militares del reino de Jerusalén hacían que tanto la iglesia como el rey no dejasen pasar la oportunidad de potenciar el compromiso religioso de los caballeros donados, vinculando la profesión religiosa con la misión de defender el amenazado reino. Los nuevos monjes en pocos años consiguieron para su orden plena autonomía, tanto del Patriarca como del rey de Jerusalén, quedando la Orden bajo la autoridad y la tutela del Papado.
En el año 1140, durante el maestrazgo de Roberto Craon, la Orden se dota de una regla, pero para llegar a esta consolidación institucional la Orden pasó por dos periodos. El primero de ellos lo constituyen los inciertos años anteriores al Concilio de Troyes, que tuvo lugar en 1129. La falta de noticias durante este periodo solo permite precisar que primeramente los donados dependieron del Prior del Santo Sepulcro y posteriormente, sobre el año 1120 prestaron votos solemnes ante el Patriarca de Jerusalén. Durante estos años vestían como los canónigos regulares, prestando sus servicios militares al reino.
Era necesario establecer un proceso que otorgase a la nueva orden unas características formales precisas. Para ello un concilio se prestaba como una excelente vía, otorgando a la nueva Orden un reconocimiento al más alto nivel e implicando a los prelados en la redacción de una regla que diese entidad jurídica.

Hugo de Payns partió hacia Occidente para solicitar el apoyo del Papa a la nueva Orden. Contaba con la intervención de San Bernardo en las siguientes sesiones conciliares. El texto de partida para la elaboración de la regla había sido redactado por Hugo y el Patriarca de Jerusalén. La regla que se aprobó en el Concilio de Troyes dejaba abierta su interpretación y modificación por el Papa y por el Patriarca de Jerusalén. Al llegar Hugo de Payns a Palestina lo presentó al Patriarca, Esteban de la Ferté, quien introdujo modificaciones, dando nacimiento a la primera regla de la Orden, “Regla Latina Primitiva” formada por 72 artículos, en 1130.
La complejidad del proceso de redacción de la regla se explica por dos razones: la falta de modelos en los que apoyar la religiosidad de los templarios y la lucha de poder entre el maestre y el Patriarca de Jerusalén. En esta primera regla la autoridad del Patriarca sale reforzada frente al maestre, pero desde el año 1125 Hugo de Payns hacía gestiones para que fuese el maestre la máxima autoridad dentro de la Orden. El objetivo de Hugo de Payns era que la magistratura del maestre fue elegida por los templarios, potenciando su carácter militar dentro de una espiritualidad y disciplina monacal, frente al modelo de los canónigos regulares. Balduino II apoyaba este modelo para la orden, dando cartas de recomendación dirigidas al Papa y sufragando los gastos del viaje. Por el resultado del Concilio se entrevé el apoyo papal, pero sin duda, el principal aliado de Hugo de Payns fue San Bernardo, abad de Claraval, referente espiritual en Occidente, comprometido en la reforma de la iglesia católica, de la orden del cister y gran impulsor del movimiento cruzado. La opción tomada en el Concilio de Troyes fue arriesgada, pero el tiempo mostraría la gran evolución que suponía aunar en una forma de vida cristiana plena, la defensa de la fe con las armas a través de una vida religiosa impulsada por la espiritualidad y la disciplina monacal. Los templarios serían verdaderos monjes guerreros defensores de la fe Cristiana, tan duramente atacada por el islam.

La necesidad de confirmar la conciencia de la nueva orden llevó a Hugo de Payns a pedir a San Bernardo la redacción del “Elogia a la Nueva Milicia”, verdadero monumento filosófico-teológico que no solo justifica el carisma de los templarios, más aun, demuestra la necesidad que tiene la cristiandad  de esta caballería religiosa para cumplir con la voluntad Divina. El Concilio de Troyes debido a la novedad del carisma religioso de los templarios dejó abierta la regla a las adicciones o modificaciones que el papa o el patriarca de Jerusalén deseasen introducir. El Patriarca introdujo modificaciones en la regla, entre otras razones, para manifestar su autoridad ante la misma. Durante el maestrazgo de Roberto de Craon se produce la plena autonomía de la orden frente al patriarca. Este movimiento fue apoyado por el rey  Fulco de Anjuo, dentro de una estrategia más amplia cuyo fin era potenciar la autoridad real frente a la eclesiástica, representada en el Patriarca. La orden del Temple se integra plenamente en los esquemas militares del reino. Jurídicamente la autonomía del Temple se manifiesta en la bula pontificia “Omne Datun Optimum” de Inocencio II: se otorga a la orden instrumentos jurídicos para lograr una autonomía jurisdiccional, se refuerza la autoridad  del maestre y se elimina la capacidad de intervención del patriarca de Jerusalén, el maestre y el capítulo tienen capacidad para modificar la regla de la orden, la creación de un cuerpo de clérigos templarios dependientes del maestre, la autoridad suprema queda en el papa, el cual solo intervendrá en casos de máxima gravedad. Las posteriores bulas papales solo reforzarán  y profundizarán estas exenciones que convierten a la orden del Temple en una verdadera orden monástica.

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