jueves, 18 de agosto de 2011

Los Inicios de la Heráldica

La heráldica la podríamos definir como el uso sistemático de símbolos hereditarios en el escudo de un caballero o de un hijodalgo, empezó  seguir unas reglas establecidas a fines del siglo XII. Existen referencias dispersas referentes a los heraldos de armas en textos del siglo XII, no está claro que a estos oficiales les concerniese juzgar cuestiones relativas al uso del blasón, cuestión que centraría posteriormente su actividad.
Desde los primeros tiempos de la humanidad, las fuerzas militares han utilizado emblemas de muchos tipos con la finalidad de reconocer en el campo de batalla a las diversas fuerzas contendientes. En la edad media los guerreros empleaban una gruesa armadura que protegía todo el cuerpo, ocultando la identidad del hombre de armas y por lo tanto hacia difícil su identificación. En los Torneos era muy importante que se reconociese a cada caballero, para saber quien había ganado y quien quedaba prisionero y por tanto obligado a satisfacer un rescate para recobrar la libertad. Chrétien de Troyes nos proporciona una viva imagen de los caballeros que acudían al gran torneo de Noauz y Pomelegloi: 

“¿Veis aquel con una banda de oro en el escudo?. Es Governal de Roberdic. ¿Veis después a aquel que ha puesto en su escudo un águila luchando con un dragón?. Es el hijo del rey de Aragón, que ha venido a esta tierra para conquistar honor y mérito….”
Al principio, los emblemas heráldicos sólo se exhibían pintados en el escudo, pero pronto llegaron a lucirse en las sobrevestas de los caballeros y en los arreos de sus caballos, así como en los sellos, en las tumbas y estatuas etc. Los blasones no son simples emblemas que identifican a un noble, representan un lenguaje perfectamente estructurado que nos informan sobre las ramas procedentes un mismo solar (brisuras a través de lambeles o modificaciones en las piezas armeras) y de la mentalidad de sus poseedores (¿por qué un linaje se identifica con una garza, otros con un león, un caldero o una torre, etc.?). Con el transcurrir de los siglos los blasones se hacen más sofisticados, perdiendo en parte la sencillez original (cuya finalidad era la identificación rápida y sin lugar a dudas del caballero en medio del combate) para representar la genealogía del poseedor, los triunfos y la gloria alcanzada por el linaje  mediante la representación de piezas de honor como bordura en memoria de la sangre derramada en la defensa de la fe, o que recuerdan la particiapación en una gran batalla, como las cadenas en memoria de la Batalla de Navas  de Tolosa en 1212 o la Cruz de San Andrés en memoria de la Batalla de Baeza en 1227 que ha venido a denominarse Bordura  Aspada Española. En  el profundo y misterioso simbolismo reposa la gran atracción que la herálica ha generado en los hombres de todas la épocas, pues el blasón habla a aquienes se esfuerzan por conocer la historía del linaje y la mentalidad de sus poseedores. Otra cuestión que debemos tener presente es la naturaleza esencialmente europea de la heráldica,  en el mundo musulmán no hay nada semejante a la heráldica, simplemente porque en esta cultura no existe linajes ni mayorazgos.
Bajo esta perfectiva los escudos de los guerreros normandos pintados en el tapiz de Bayeux, no son una manifestación heráldica plena, ya que se puede asegurar que representaban blasones hereditarios regidos por unas normas preestablecidas. En el siglo XII se adquirían escudos pintados de antemano.

La descripción que da Juan de Marmoutier, del acto de armar caballero a Godofredo el Hermoso parece demostrar que por el año 1128, el diseño del blasón familiar no se hacía por capricho o al azar. La tradición dice que a Godofredo le colgaron ese día, un escudo que era de campo de azur cargado con leoncillos dorados. En la tumba de Godofredro, de 1152, aparecen seis leoncillos en campo azur. Su hijo Guillermo llevaba un solo león, y su nieto bastardo, Guillermo de Salisbury, lleva las mismas armas que Godofredo. El león pasó a ser el emblema del linaje angevino.
Las armas ajedrezadas de Meulan aparecen en un sello del conde Galeran de Meulan, fechado hacia 1136 y también lo hacen en dos sellos de su tío paterno Raúl de Vermandois, (1135 y 1146), pasando a ser hereditarias en ambas Casas. El león güelfo aparece en el sello de Enrique el León de Sajonia en 1144 y también el sello de su pariente Welf de Toscana en 1152.
Los primeros ejemplos del uso de escudos de armas nos ponen en contacto con un sector limitado de la nobleza, las poseedoras de grandes feudos y riquezas. Las primeras noticias del uso de escudos de armas indican que solo los linajes que eran capaces de presentar en el campo de batalla un contingente importante  de hombres de armas, enarbolan sus blasones individuales. Los primeros documentos (rolls, Clipearius Teutonicorum, etc.) de armas registran únicamente las armas de la nobleza más poderosa. A partir del siglo XIII, el uso de sellos nobiliarios se extiende a los escuderos e hidalgos que no habían recibido formalmente el orden de la caballería. La heráldica, que en sus orígenes estaba reservada para la aristocracia, llegó a representar el orgullo de nacimiento, la posición social y la cultura de toda la nobleza (desde el rey al hidalgo que servía como escudero). Así, a fines de la Edad Media, los límites de la nobleza se ensancharon para abarcar, junto a los caballeros, a los escuderos, a los hombres de armas, al Rittermasigkeit alemán e incluso a los patricios urbanos y el derecho a tener blasón llegó a desplazar el acto de recibir la caballería como condición que posibilitaba la inclusión en el poderoso círculo de la caballería (nobleza personal o de oficio).
La heráldica llegó a convertirse en una rama del saber caballeresco porque el arte de blasonar se sistematizó. Si una de las características distintivas de la heráldica era facilitar la transmisión de los blasones en los linajes nobles, la otra consistió en la creación de un lenguaje claro, preciso y aceptado en toda la Cristiandad. Los colores se limitaron a cinco: azur, gules, sinople, sable y púrpura; los metales a dos: oro y plata; las pieles a dos: armiños y veros (martas cibelinas). El francés se aceptó como fuente de los términos técnicos. Las piezas armeras fueron definidas con precisión (jefe, faja, chebrón, banda, barra, bordura, etc.), delimitándose su número, como sucedió con los pájaros y las bestias. La descripción textual de los blasones permitió que no fuese necesario dibujar un escudo para blasonarlo; se comenzaba con el campo, luego la pieza principal, después las secundarias y finalizaba con las brisuras (así el lambel era el símbolo del hijo mayor). Los primeros documentos (rolls) ingleses de armas figuran en los armoriales de Glover (hacia 1255) y el francés de Bigot hacia 1254. Las reglas se explican detalladamente en los primeros tratados de heráldica, como el anónimo de Heraudie, de finales del XIII.

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